Último minuto: El dato mata al reportaje

Desde que nadie recuerda bien qué es la pobreza ni cómo se mide, de nada importa que bajen o suban los porcentajes.

Los economistas y políticos y periodistas convertimos todos los días el gran problema del mundo (el hambre) en una discusión abstracta de institutos, datos, tasas, sobre los que discrepamos, nos corregimos y nos decimos ‘vamos bien’ o nos reprochamos ‘¿y ahora qué pasó?’.

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La pobreza extrema aumentó en 10,4 millones, dice esta mañana el diario, y añade: Pero estos datos chocan con el discurso del partido. Y es un fraseo abstracto en su más inútil abstracción. Confiar en los indicadores -de aquel instituto, del gobierno, de la ONU, del partido- es un acto de fe que deriva en preguntas teológicas: ¿En quién creer? ¿Debemos confiar en lo que no se ve?

¿Por qué no empezar dudando de lo que dicen los profetas y damos fe de lo que podemos ver, tocar, sentir, escuchar como periodistas?

Foto: James Natchwey

Porque no hay nada más concreto que morirse de miseria, ¿no? Nada más concreto que el agujero en el estómago de quien no puede comer. Nada más concreto que esos barrios inmensos bañados en basura, donde circulan las enfermedades como fantasmas familiares, donde los niños no van a la escuela, donde los adolescentes se drogan como si comieran. Y entonces, la pregunta: ¿Dónde están estas historias?

¿Será que el discursito limpito y profesoral de porcentajes ha vencido por fin al reportaje en el campo de batalla del periodismo diario? ¿Son esas cifras lo que quieren leer los ciudadanos? ¿O esas cifras son lo que los medios publican porque sí, porque es lo que pueden, lo que les sale, porque no pueden hacer lo otro, porque es más barato, siempre, llamar al especialista o resumir su monografía que enviar un reportero al planeta de la miseria, que, oh, sorpresa, es este mismo en el que vivimos?
Pmaqueta-el-hambreor suerte, existen los libros.

Una de las cosas que más disfruto en esta inmensa crónica del periodista Caparrós es su habilidad para dudar de las cifras, para ponerlas en su sitio, quietitas, entre líneas, para instruirlas, incluso, mientras él se pone los zapatos y sale a hacer su trabajo a ese mundo tan paradójico que se muere de lo que él dice en el título.

 

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