No te olvides de comer

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Cuando estás en el piso, deprimido por amor o desamor, siempre hay alguien que te dice: «No te olvides de comer». Es un consejo propio de personas sabias, como los abuelos, que con seguridad pasaron victoriosas por similares naufragios, aferrándose al mismo flotador. No te olvides de comer = Sé más fuerte que la pena = No te olvides de ser quien eres.

Como todo país, el Perú produce en sus ciudadanos estados de ánimo comparables a los del amor y el desamor. Te maltrata tanto que terminas preguntándote si acaso, después de toda la angustia y decepción, el amor aún existe. «País de mierda», decimos a veces. «Lo odio». Y llenamos el ciberespacio con nuestros sentimientos, rabia y desilusión.

Momentos como este son perfectos para decirnos unos a otros: «No te olvides de comer». «No te olvides de ser quien eres». Mañana, cuando vayas al trabajo, olvida a los políticos por un momento y sé la mejor versión de ti mismo. Sé la mejor estudiante, el mejor periodista, la mejor conductora de taxis, el mejor médico, la mejor costurera, el mejor cocinero, la mejor profesora, el mejor ciudadano. Ser el mejor es una forma de rebeldía, en este país secuestrado por una banda de mediocres.

Son mediocres los congresistas que falsifican sus hojas de vida, que plagian sus monografías y que luego censuran ministros de Educación. Es mediocre un presidente cuya doctrina política es la cantinflada: dice una cosa y hace lo contrario. La oposición y el oficialismo se merecen mutuamente, y hasta han aprendido a convivir en una extraña forma de amor tóxico. El presidente es un zombie: parecía liderar un Gobierno independiente, pero se ha dejado morder por los Fujimori y apesta abiertamente a Alan García.

No me importa. El Perú, un país hermoso y antiguo, es más grande y fuerte que sus enfermedades. Mañana iré al trabajo y seré, en ese espacio pequeño de mi propia vida, el Perú que deseo: seré un ciudadano honesto, no usaré bolsas plásticas, pondré la basura en su lugar, leeré antes de dormir, recogeré la caca de mi perro, compartiré las tareas de la casa con mi pareja, saludaré a mis vecinos, respetaré las luces rojas, entregaré y pediré facturas, no escupiré, responderé los correos de mis lectores, aconsejaré a los jóvenes que me escriben pidiéndome consejos, escribiré cuando me quede tiempo, compartiré libros en mis redes sociales.

La honestidad en la vida pública es la revolución que nos merecemos los peruanos. En tanto ese día tarde en llegar, en tanto nos organizamos para hacerlo posible, sigamos ejerciendo la rebeldía de ser decentes en nuestras vidas privadas. Cuando los políticos intenten arrastrarnos consigo hacia el sinsentido, recordémonos que hay un pedacito del Perú honesto dentro de nosotros mismos y hagámoslo florecer. «No te olvides de comer». «No te olvides de ser quien eres». Compartamos y contagiemos honestidad. El invierno ha llegado con todos sus muertos vivientes. Pero no ganarán. Los vivos somos muchos más.

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