Necesito muchacho provinciano

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Un amigo caminaba por la avenida Javier Prado, la más transitada de Lima, cuando se topó con un hermoso cartel rodeado de vegetación. «Necesito muchacho provinciano para limpieza», se lee allí. Mi amigo le tomó una foto y me la envió en un correo titulado «Eufemismo». El eufemismo es una manera de decir algo terrible usando palabras no tan terribles. Es un pequeño disfraz lingüístico que, en el fondo, hace más visible lo que trata de ocultar. Dices «necesito muchacho provinciano» para no decir «necesito cholo» o, peor, «necesito esclavo». El mensaje es claro. Lo raro es que nadie lo retira.

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Otro día, mientras hablábamos por teléfono, le pregunté a mi amiga Z si alguna vez había sido víctima de racismo. Ella trabaja desde hace más de un año en uno de los diarios más importantes del Perú, en el área donde se fabrican «contenidos», esos suplementos, folletos y recetarios que intentan añadirle valor al periódico. Z casi tiene mi edad y lo que gana apenas le da para pagar el alquiler y cubrir sus gastos de ropa y comida. No tiene un contrato de trabajo ni seguro médico ni vacaciones ni compensación por desempleo. O sea, le pagan poco, la pueden echar en cualquier momento y, si se enferma, ella tiene que ver cómo se cura pronto para volver a la oficina antes de que la reemplacen con alguien sano. Es la empleada ideal: no se queja ante nadie. «Nunca me han discriminado», fue su respuesta.

Para Z, el racismo solo aflora cuando alguien te insulta («¡¡¡Chola de mierda!!!») o cuando, por ser chola, el personal de seguridad te impide entrar a un lugar donde otros ingresan sin problemas: un cine, un restaurante, una discoteca. A ella nunca le había pasado algo así. Le pregunté si lo que le ocurría en el trabajo calificaba o tenía alguna relación con el racismo. «No», me dijo con rotundidad. «Allí todos me tratan bien, son mis amigos».

Z es chola como yo, de piel canela, hija de padres provincianos, se crió en una barriada, terminó la secundaria en una escuela fiscal y se pagó los estudios en una modesta universidad privada. En su trabajo, alterna con chicas y chicos de piel más clara, que viven en barrios acomodados, que asistieron a escuelas privadas y que egresaron de universidades privadas costosas. Son chicos que en el Perú son considerados «blancos». ¿Cuántos de ellos bordeaban los treinta y cinco años y trabajaban en las mismas condiciones que Z? Ella lo pensó un momento. «Ninguno», me dijo. A su edad y a pesar de su título universitario, Z padecía unas condiciones laborales que otras personas más jóvenes no.

Ese trabajo terrible es mucho mejor que la mayoría de los empleos que Z ha tenido antes. ¿Cuándo fuiste al dentista por última vez?, le pregunté. Ufff, hace muchos años. ¿Tienes un médico de cabecera? No. ¿Tienes exámenes médicos anuales? No. ¿Qué pasa si te enfermas de algo que requiere un tratamiento costoso? No, pues, ahí sí…, respondió sin terminar la frase. En el mundo «formal» y profesional de aquel importante diario, Z es el equivalente de ese «muchacho provinciano para limpieza» que se anuncia en el cartelito de la avenida Javier Prado. Ella no lo veía de esa manera. No tenía el lenguaje de su lado y no podía nombrar al Monstruo que la afectaba.

Las grandes empresas no tienen que publicar avisos como el del cartelito para contratar «cholos baratos» o «muchachos provincianos». Esta mano de obra llega sola. Los cholos envían sus hojas de vida y esperan que los llamarán por sus capacidades. Pero los funcionarios de recursos humanos son expertos escaneando el origen de los postulantes, como demostraron los profesores Francisco Galarza y Gustavo Yamada en un informe para la Universidad del Pacífico. Las fotografías, los apellidos y los barrios dónde vivimos son señales luminosas de nuestra ubicación en la pirámide social. Con ese filtro, las compañías van cubriendo sus puestos de trabajo, poniendo a cholos aquí y a blancos allá, porque el sistema racista nos educa en la idea de que las personas, por nuestra piel u origen, servimos para esto sí y para aquello no. Si quieres un profesional que se reúna con tus clientes importantes, este no puede apellidarse Mamani, no puede ser cholo, no puede vivir en Caja de Agua. Para esos puestos más visibles están los «blancos».

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Este conocimiento práctico no está escrito en los reglamentos internos de las empresas. No es necesario. Quienes alguna vez hemos tenido que contratar personal para una compañía sabemos que las cosas funcionan así.

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Al igual que las plantitas que lo rodean, el cartelito de la avenida Javier Prado responde a un ecosistema específico. El ecosistema social peruano es brutalmente racista y divide a la población en dos: están las personas y también las semipersonas. Las semipersonas somos los ciudadanos de segunda clase marcados por nuestro origen («provincianos», «cholos», «serranos», «indígenas», «negros»), y a quienes el Virreinato y ahora la República nos ahoga en eufemismos para explotarnos con facilidad. El Estado y las empresas y la sociedad en general nos tratan bajo aquel subestándar por default, por tradición, porque nuestros padres o abuelos o ancestros fueron indios sirvientes o esclavos o, en el mejor de los casos, parte de la gran invasión que descendió de las provincias.

En esta narrativa tan interesante, el «muchacho provinciano» es el semiciudadano que baja a la urbe sin ser dueño de nada, como cantaba Chacalón, a fines del siglo pasado.

El «muchacho provinciano» no tiene propiedad ni derechos: es un ser vulnerable. Por eso los empleadores lo buscan con ansiedad seduciéndolo con esos cartelitos dulces que parecen guiar a la casita de chocolate de los cuentos de hadas. En la casa donde crecí y en las de muchas personas que conozco, las familias contrataban a «muchachas provincianas» para que hicieran las labores domésticas a cambio de comida, una habitación y algo de dinero. Parte del régimen «cama adentro» (otro eufemismo), consistía en que el «cholo» o «chola» debía dormir en casa para que estuviera disponible las 24 horas del día. Si el engreído de la familia llegaba borracho a las tres de la madrugada, la «chola» debía levantarse a calentarle la comida. Faltan cuatro años para celebrar un nuevo centenario de la Independencia, y el sistema de esclavitud funciona a todo vapor.

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La conversación alrededor del racismo está abierta tanto en las redes sociales como en las universidades. Ambos espacios de discusión son importantes pero tienen grandes limitaciones. La academia habla en difícil y es elitista: sus investigaciones y hallazgos tardan mucho en llegar a la comunidad. En las redes sociales, por su parte, reina un clima de indignación permanente que refuerza la creencia de que el racismo solo es el acto espectacular de insultar o discriminar. Por ejemplo, la publicidad donde todos son blancos, el video donde un estudiante le dice india a una compañera, la foto del cartelito que busca muchacho provinciano.

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Facebook se ha convertido en un videojuego ultra adictivo, y en este espacio maniqueo el racismo suele ser un villano al que todos debemos fusilar. El anonimato facilita el lanzamiento de piedras; y el apanado virtual vende la ilusión de que rinde frutos importantes: la publicidad racista es retirada, el responsable se disculpa, el villano se marcha al exilio. Lo raro es que, luego del remezón, el mundo vuelve a ser más o menos igual de racista que antes. El ejercicio continuo de denuncia y escarmiento virtual no facilita el cambio ni permite profundizar en las dimensiones más complejas del racismo. ¿Cuáles?

  • El racismo es el sistema que nos contiene, y todos, de una manera u otra, jugamos con sus reglas y, al hacerlo, lo perpetuamos.
  • Esas reglas les dan mayor poder y privilegios a un sector de la población (las personas) y ponen en desventaja al otro sector (las semipersonas, los cholos, los negros, los indígenas).
  • El racismo y el machismo son las dos caras del mismo Monstruo y se deben combatir de manera conjunta. #NoAlRacismo y #NiUnaMenos tienen que ser los superamigos.

Importa mucho mantener la conversación abierta y vigente, pero también hace falta trasladarla a espacios mucho más decisivos que las redes sociales. ¿Adónde? Pues donde los problemas siempre se han resuelto: la vida real. Es decir, al trabajo, la escuela, las familias, el Estado. La siguiente imagen parecerá de ciencia ficción pero es necesario imaginar que un día no tan lejano todas nuestras instituciones tendrán comités donde los trabajadores conversarán de estos temas y reflexionarán de manera abierta y creativa para encarar el racismo. Nada cercano a esto existe aún en nuestra cultura. Por eso la verdadera democracia sigue siendo una utopía futurista.

El racismo se puede desmontar, como cualquier sistema. Pero para hacerlo necesitamos voluntad. Querer hacerlo. Hay casos de estudio. Los directivos de la empresa de radio por internet Gimlet Media, por ejemplo, decidieron que su compañía fuera más diversa cuando notaron que 24 de sus 27 empleados eran blancos. ¿Cuál era el problema con esto? Que la demografía de la empresa no reflejaba la demografía de Nueva York, donde opera la compañía, ni la demografía de sus audiencias, tan llenas de latinos, negros, árabes y más. A partir de entonces, Gimlet publica un reporte anual de sus contrataciones y cualquiera puede ver allí la evolución del staff en términos de origen y de género. ¿Se puede hacer algo así en Latinoamérica? ¿En el Perú? ¿En tu trabajo?

Si comenzamos a trasladar la conversación sobre racismo a espacios reales y cotidianos podremos reflexionar con mayor profundidad sobre el papel que cada uno desempeña en esta tragicomedia. Allí los «ciudadanos de segunda clase» podremos expresarnos y conocer las herramientas necesarias para defendernos. Una de las más importantes es el lenguaje. Tenemos que aprender a llamar a las cosas por sus nombres (racismo al racismo) para así desarmar los eufemismos que nos rodean y que sostienen el Apartheid criollo: «Muchacho provinciano», «Publicidad aspiracional», «Barrio marginal», «Conos», «Moreno», «Buena presencia», «Curriculum con foto», «Poblador o Residente», «Modesta condición». Y así.

El racismo es un delito en el Perú pero esto no significa nada si quienes tienen que aplicar la ley no entienden cuándo ni por qué deben hacerlo. El cartelito de la avenida Javier Prado sigue allí, llamando a gritos a los muchachos provincianos para esclavizarlos. No lo retiran las autoridades ni los ciudadanos, una señal de lo difícil que es visualizar a ese Monstruo gigantesco que nos separa. No lo vemos ahora pero podemos aprender a hacerlo.

10 Comentarios

  1. Rosa dice:

    Me entristece esta situación aún vigente, hoy con el uso de más eufemismos pero tan vigente como el machismo. Desde niña he visto y sufrido la discriminación y el maltrato que ello conlleva. He buscado mil formas para cambiar esa situación pero resulta que la solución es más compleja que el problema. No me conformo con criar a mis hijos con otra mentalidad y visión, tampoco es suficiente incorporar el enfoque de igualdad en todas tus acciones y debatir el tema en cuanto espacio y foro sea posible; pues el racismo en el Perú -como lo es el machismo- es un monstruo que siempre busca la forma de inmortalizarse. Hace falta voluntad para que el asunto sea abordado desde el marco de las políticas públicas, sin embargo ello implica mucho esfuerzo y aprender a superar constantes frustraciones, lo cual no anima a quien quiere un Perú diferente. ¿Es posible cambiar esa realidad?. En los Estados Unidos, en una ciudad como Washintong DC, veo muchos whites como funcionarios, muchos African Americans en los trabajos semi calificados y casi siempre a latinos en limpieza (no ilegales). No soy una experta en el tema pero que tal si cada día se publicará en las redes la descripción clara de tres acciones sencillas (pero bien pensadas) que ayudaran a cambiar esa realidad, tal vez muchos ciudadanos quieran hacerlas y así hacerle frente al problema y luego tal vez lo haga un maestro con sus alumnos o un gerente con sus colaboradores…y tal vez así podría reprocharme menos cada noche.

  2. Eduardo dice:

    De acuerdo con que hemos heredado esa tara del Virreinato. Pero una cosa, siempre suelo decir lo mismo, en el Imperio Incaico los quechuas estaban en el vértice de la pirámide social, y abajo estaban las demás etnias. Si eras amigo como los huancas, todo para ti, si eras enemigo como los cañaris, la porra de piedra y la lanza de bronce. Es decir, un sistema MUY discriminador también. Sirve esto de excusa para que el racismo exista en la actualidad en el Perú? Desde luego que no, simplemente es ver un problema, LA DISCRIMINACIÓN, que ocurre desde antes de «los españoles», a los que culpamos de todos nuestros males. Y a los chilenos también. Cuando el problema está en nuestra sociedad, y nos corresponde resolverlo. Saludos

  3. MARIO45 dice:

    El racismo muchas veces está en nuestras mentes, Yo tomaría el aviso en otro sentido, en la búsqueda de una persona con cualidades que abundan en los provincianos: responsabilidad, dedicación, amor al trabajo y ansias de superación. ¿No es acaso eso lo que ha cambiado Lima en las últimas décadas?. Una selección de cholos acaba de integrar y alegrarle la vida a todos los peruanos y sin excepción. Y eso esta muy bien.

    • Ana dice:

      Si así fuera entonces todas las empresas buscarían «provincianos» para todos los puestos, porque son condiciones deseables en cualquier trabajador, no? Pero oh, casualidad, los cholos van a limpieza. Es evidente que necesitan un empleado en situación de vulnerabilidad y que acepte cobrar poco.

      • Creo que MARIO45 tiene mucha razón, sin implicar yo que el artículo no la tiene.
        Participo para dar una perspectiva de alguien que vive en esa zona y que a lo largo de su vida tuvo en su casa a muchos trabajadores para tareas domésticas, cama adentro y cama afuera:
        Desde hace mucho tiempo la población en Lima es «complicada» por diferentes factores, y hay muchas posibilidades que un empleado para labores domésticas tenga amistades o relaciones «problemáticas» para propietarios de esas casas que requieren esos servicios. Toda la vida la idea de contratar personas de provincia era porque no estaban «maleadas» por la vida difícil de Lima, y era común contratar a alguien menor de edad para que termine sus estudios en Lima mientras asiste en las labores domésticas. Nunca tuvimos esclavos, ni hubieron situaciones de abuso. Y de hecho, el motivo por el que fueron muchas personas a lo largo de tres o cuatro décadas, es justamente porque cuando esas personas lo querían o necesitaban, se marchaban porque optaban por otros trabajos distintos.
        Dato curioso: los «muchachos» siempre fueron menos problemáticos que las «muchachas», más proclives a embarazarse y marcharse con algún novio, o simplemente porque sus primas les hicieron ver que la venta ambulatoria era más rentable, etc. Los «muchachos» era más de estudios y crecimiento, optar por algún estudio técnico y/o hasta volver a sus pueblos.
        Que existe el racismo como se indica en el artículo? Sí, no se puede negar. Pero recordemos que empieza todo con un anuncio de una persona para labores domésticas, y solamente los que responde a él pueden conocer las motivaciones específicas de cada contratante.
        Dejemos de hablar de orígenes, colores, zonas, etc con el siguiente ejemplo: Has desarrollado una actividad y tu nivel económico ha mejorado, tienes necesidad de contratar a alguien para que trabaje en tu casa. ¿Qué tipo de trabajador necesitas? ¿Vas a elegir según lo «políticamente correcto» para quedar bien (¿con quién?) o vas a preferir un perfil seleccionando en el mercado y optando por lo menos problemático y que se amolde a tus necesidades? Me parece simple entender.

    • Daniel dice:

      Sería bueno que ese fuera el espíritu del texto, pero eso de «Muchach@ provincian@» es que no tengas familia a donde recurrir, casa a donde marcharte, así estás semi-esclavizado sin hacer mucho problema.

  4. Gabriela dice:

    Me doy cuenta que, tomando el ejemplo de recursos humanos y empleo, se da por sentado que una persona que ha ido a un colegio o universidad X está mejor capacitado que uno que no. El tema es complejo ya que, la pobreza educativa en nuestro país solo refuerza estos estereotipos.

  5. Alberto dice:

    El racismo es un problema de la humanidad y más espesificamente de la ignorancia. Los problemas qué se describen se encuentran por muchos paises , aunque se desarrollen socialmente de otro modo , depediendo del país donde estés. Sin envargo , refiriéndose al anuncio , donde se busca un trabajador , puede ser qué usted tenga razón , pero también entiendo , qué usted está tratando de adivinar una intención , en la comunicación y el modo qué se presenta el anuncio y encontrando racismo en unas palabras , qué usted interpreta con otras para justificar su razonamiento y sus fantasmas racistas….Nadie nunca ha dicho , qué la vida es facil…La vida tiene sus cosas…tiene espinas y tiene rosas…Y un señor de nombre Vargas Vila , dijo: La vida es la lucha…renunciar a la lucha…es renunciar a la vida…Si quieres cambiar algo del mundo…un buen comienzo sería comenzar por cambiarte a ti mismo primero.

  6. En mi Pais España , la mayoria no somos racistas, aunque siempre hay alguien asi, es inevitable.
    Debe ser a educaciòn desde niños. Y me averguenzo que eso siga ocurriendo, no lo comprendo, es una forma de aprovecharse del otro quiza.
    El estado debian de obligar en el trabajo, a equiparar los sueldos igual a unos que a otros, segun las profesiones, y admitir la misma cantidad de una ectnia que de otra, bajo multas etc., y se acabaria con algo gan indignante.

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