De cholas a #hadas
Una startup de limpieza de casas y oficinas, en Lima, ofrece a sus clientes «hadas» a «tiempo completo». «Hadas» es un eufemismo dulce para el duro trabajo de hacerse cargo de todas las tareas del hogar: limpiar, cocinar (las tres comidas), lavar, planchar, hacer mandados, atender a los niños. ¿Cómo hace una persona para cumplir con todo eso dentro de las ocho horas legales del régimen laboral?
Muchas personas que hemos crecido en casas donde había empleadas «cama adentro» podemos decir que ese régimen de trabajo era en realidad un régimen de servidumbre; es decir, uno que asumía que la empleada estaba en tu casa no para trabajar sino para cumplir tus deseos durante las 24 horas del día. Las chicas eran como de la familia, se decía para endulzar la realidad. Sí, claro.
Hay problemas obvios en la publicidad de esta compañía:
-Las clientes siempre son blancas.
-Las hadas siempre son marrones.
La fórmula es típica. La publicidad asigna roles opuestos según el color de la piel. Blanco = cliente. Marrón = sirviente. Pero hay algo aún más triste en la lista de servicios que se espera de las «hadas» a tiempo completo.
Los dos últimos puntos son una invitación a la melancolía pesimista, al recuerdo de un pasado que no se va, que se reinventa, que se asocia con la tecnología, que se convierte en StartUp.
«Mandados:
Si necesitas ir a la tienda o recoger algo en la casa de una amiga, tu Hada estará dispuesta a hacerlo por ti.
Cuidado de niños:
También puedes dejar a tus hijos bajo el cuidado del Hada. Ellas también son mamás, los cuidarán muy bien».
Curioso: si el hada está trabajando a tiempo completo en tu casa cuidando a tus hijos, ¿en qué momento ella cría a los suyos? En este punto ya no interesa mucho la empresa. Esta solo comercializa de una manera moderna lo que ya existe desde la época de nuestros tatarabuelos: la servidumbre, esa institución nacional que supedita a unas personas a los deseos de otras disfrazando la relación como un empleo. «Hadita, anda cómprame un helado a la tienda, porfa, que estoy chateando con mi Cuchis». «Hadita, anda pídele al vecino que baje el volumen de su radio, por fa, que no me deja tomar mi siesta». «Hadita, porfis, ándate al otro lado del mundo a conseguirme tres pelos del diablo». Cuando paseas por algunos distritos de Lima y ves a las empleadas domésticas uniformadas, yendo y viniendo, es posible sentir que la capital del Perú es todavía esa ciudad antigua llena de «haditas» corriendo a cumplir mandados de patrones invisibles.
«¿Existe una relación entre el crecimiento económico y la situación de los trabajadores domésticos en general?», se preguntaban los investigadores Leda Pérez y Pedro Llanos en su artículo Visibilizar lo invisible. Su respuesta es brutal pero lógica:
Una de nuestras hipótesis es que en medio del crecimiento económico de la última década, estas trabajadoras han subsidiado de alguna manera la movilidad socioeconómica de la así llamada “clase media emergente”.
El Perú de hoy crece sobre la base de un mundo doméstico adicto a la servidumbre. No servicio. Ser-vi-dum-bre. Tener esclavos y luego sirvientes ha sido un signo de estatus desde los inicios de esta república contradictoria. ¿Ciudadanos sin República, como dice Alberto Vergara? ¿República sin ciudadanos, como decía el historiador Alberto Flores Galindo? Este recordaba, precisamente en el ensayo que lleva ese nombre, que a inicios del siglo pasado el 20% de la población ocupada de Lima se dedicaba al servicio doméstico. O sea, una de cada cinco personas trabajaba dentro de una casa ajena. Los viajeros que recorrían la Ciudad Jardín se sorprendían al notar la cantidad desproporcionada de sirvientes en esta villa.
«La servidumbre de una casa se compone por lo menos de tres personas: un cocinero, un mayordomo y una muchacha o auxiliar de la señora (…) En las casas más ricas se añade todavía un portero, un segundo mayordomo que ayuda en la mesa al primero, un pinche de cocina o lavador de platos, una lavandera, costurera y tantas criadas como el número de niños lo exija». [Ernest Middendorf. Citado por Flores Galindo en «República sin ciudadanos»]
Ser sirviente no siempre ha sido sinónimo de ser un trabajador con derechos, sino todo lo contrario. Como anota Flores Galindo, a mediados del siglo XIX, muchos sirvientes solían ser niños indígenas que los patrones mandaban secuestrar o comprar de las comunidades andinas.
«Cuando salís para la sierra, las señoritas de Lima no dejan de pediros un cholito y una cholita, y a veces os encargan tantos, que juzgaríais se encuentran en los campos por parvadas». [Sebastian Lorente. Citado por Flores Galindo en «República sin ciudadanos»]
El trabajo de empleada doméstica ha estado tradicionalmente a cargo de mujeres. Andinas. Cholas. Serranas. Huérfanas. Recogidas. Ahijadas. Sobrinitas. Chicas. Muchachas.
«Aviso: ayer lunes 9 se ha fugado de la tienda de la Inquisición N 155 una muchacha de servidumbre nombrada Flora de edad de diez años; se previene a la persona en cuyo poder esté, la entregue inmediatamente si no quiere exponerse a las consecuencias que le resulten por ocultarla contra el Reglamento de Policía, pues la patrona de ella que la ha criado hace las veces de madre». [Diario El Comercio. 1 de agosto de 1858. Citado por Flores Galindo en «República sin ciudadanos»]
En mi barrio de infancia muchas familias empleaban jóvenes provincianas bajo el régimen de «cama adentro». El mío era un barrio pobre pero la servidumbre existía para fortalecer las apariencias. Daba estatus. Los chicos que nos reuníamos en la esquina solíamos hablar con curiosidad de las familias que contaban con una «muchacha» o «chica». Un amigo se refería a la suya como «mi sirvienta». En otras casas, a las empleadas no se les llamaba empleadas, sino ahijaditas. Una vecina tenía muchas «ahijaditas» que llegaban de la sierra, y las familias recurrían a ella cuando necesitaban empleadas. Con el tiempo supe que el parentesco solía ser falso: otro nombre dulce para encubrir la servidumbre o incluso la trata de mujeres.
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Quizá porque siempre hubo una empleada en mi casa, cuando me tocó independizarme asumí que las tareas más sencillas, como limpiar el departamento, las tenía que hacer otra persona. Durante años contraté a mujeres que se encargaban de hacer lo que yo no quería hacer. Señoras que surcaban la ciudad para atender a gente inútil ocupada, como yo, a cambio de poco dinero. Sin contrato, sin reglas muy fijas. S., por ejemplo, vivía en Ancón, en el extremo norte de la ciudad, e invertía dos horas y media y tres buses para llegar a mi casa y limpiarla durante media mañana, a cambio de 40 soles o 13 dólares. El pago era estándar. Por una tarifa similar, S. aseaba las casas de otros periodistas y profesionales varones. Pero aunque la servidumbre es un producto que refuerza la sociedad patriarcal, puede también convivir con la reivindicación de género. Lo explica la escritora Natalia Sánchez Loayza en «Cama adentro», una crónica que describe el paisaje legal arisco en el que se desenvuelven las empleadas del hogar. La discriminación que caracteriza este oficio, dice ella,
«nos coloca a mujeres contra otras mujeres. Yo misma, en una de mis supuestas reivindicaciones de género muy tempranas, cuando mi mamá me decía que debía aprender a usar lejía, a lavar bien las ollas o a barrer como se debe, le decía que, como la mujer económicamente independiente que iba a ser, tendría dinero para pagar a alguien que lo hiciera por mí. (…) No pensaba en que mi moderna independencia le costaría la suya a otra mujer.
Mis amigos, en Maine, donde ahora vivo, no me creen cuando les cuento sobre esas «señoras» de la limpieza y menos cuando les hablo de las «chicas cama adentro». Acá, en mi pueblo, si quieres contratar a alguien para que limpie tu casa con regularidad, tienes que ser rico o tener una urgencia especial, pues el servicio cuesta unos 20 dólares por hora, casi tres veces el salario mínimo por ese mismo lapso de tiempo. En el país que se autoproclama el más rico del mundo, la gente común y corriente suele limpiar su propia casa, lavar su propia ropa y, por supuesto, hacer sus propios mandados. Lo aprenden desde niños.
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En el Perú, la empresa Hadas destaca su vocación por la formalidad. Ofrece seguros, pago puntual y horarios flexibles. Hasta parece tener un espíritu filantrópico. «Una oportunidad de trabajo para madres solteras», reseñó América Televisión. Quizá la empresa tiene buenas intenciones. Pero estas no son suficientes en un país donde la línea entre «ayudar a» y «tomar ventaja de» poblaciones vulnerables es difusa. ¿Buscas trabajar con alguien vulnerable porque es eficiente o porque es vulnerable?
¿Entonces qué? ¿Hadas no debería existir? No es ese el propósito de esta crítica. La empresa ofrece a las trabajadoras del hogar cierta formalidad y garantías y seguro contra accidentes en un mercado muy salvaje, y eso es positivo. Marlene Zheng, la CEO, ha contado que se le ocurrió crear la empresa cuando reparó en la gran informalidad del sector. “Mis socios y yo solíamos tener problemas de orden y limpieza en nuestra oficina. Fue así que se nos prendió el foquito y nos dimos cuenta que había una oportunidad en esta necesidad, además que era un mercado bien informal”, dijo en una entrevista con GS1. El foquito emprendedor se les encendió. La pregunta es para qué.
Sería interesante que las creadoras de esta compañía analicen cuánto de su discurso y sus servicios de hadas a «tiempo completo» dialogan con el espíritu feudal que caracteriza los empleos domésticos en el país. La ciudadanía, los derechos y la dignidad aún son conceptos distantes y potencialmente disruptivos en ese nicho de mercado. Por ahora, el discurso de Hadas es contradictorio. «Hadas es una gran alternativa de empoderamiento para mujeres en busca de un trabajo estable», dijo América Televisión en esa nota llena de buena fe. ¿Qué clase de empoderamiento fomenta una compañía que ofrece «hadas» marrones siempre dispuestas a hacerles mandados a los patrones blancos?
PS: Hugo Martínez ha escrito dos artículos sobre servidumbre doméstica en el Perú: Cama adentro: nuestro lado más oscuro y No primera ministra, todavía no. El último reseña algunos casos de violación sexual narrados en el libro «Prisiones domésticas, ciudadanías restringidas. Violencia sexual a trabajadoras del hogar en Lima», de Teresa Ojeda Parra. La investigadora de la Universidad del Pacífico Leda Pérez también ha publicado bastante material sobre el tema: ¿Al fondo del escalafón? También en su blog.
PS2: Otra startup en el nicho es Bertha.pe. «Cuánto ganar y cuánto tiempo quieras estar con tu familia, dependerá de ti», dice en su web. «Por tu salud y bolsillo, nuestra plataforma solo te permitirá trabajar un máximo de 60 horas semanales».
Mejor deja que Bertha se encargue.
PS3: El 22 de agosto, el usuario de Facebook Tadeo Bellatin compartió la existencia de esta empresa:
7 Comentarios
Estimado Marco, al leer tu articulo, junto a mi madre, que fue empleada domestica en los 70 al lado de su hermana, pensamos en la gran necesidad e importancia de hablar de frente, sin mascaras, o eufemismos sobre el racismo y la explotacion que se reinventa en este contexto que no solo es laboral. Saludos desde Ayacucho. challnata mamaymi nisunqui ama kasu ruallchu chay manaallinrima, manasonqonnillo runaquna.
Muchas gracias por tu comentario, Gabriela. Un fuerte abrazo!
Sólo un detalle señor Periodista «cholo»: Todo lapso es de tiempo, escribir lapso de tiempo es redundancia, me hace recordar a Toledo cuando decía «haiga». Dicho sea de paso Alejandro no es blanquito, fué presidente y además corrupto, Hinostroza no es blanquito, es juez supremo y además corrupto y la lista sigue. SIn embargo, no por eso voy a estigmatizar a los andinos con la corrupción. Yo sufrí el racismo de personas como usted cuando me mudé a San Juan de Miraflores y los vecinos me hacían hielo por el sólo hecho de no tener rasgos andinos sino más bien vascos (gran pecado). Le repetiré algo que le dije al diputado Emeterio Tacuri cuando me dijo que no era peruano porque, después de interpretar más de diez huaynos con mi guitarra, cometí la osadía de tocar «La Flor de la canela» : «Muéstreme la factura donde figura que los Serranos son los «dueños» del Perú.
El Perú es de los Serranos, Costeños y Selvícolas. El Perú, al igual que toda América, es un mosaico de etnias.: Nativas o venidas de Europa, Asia, Africa, Oceanía, etc.
Entiendo su punto de vista social, pero el problema del racismo y la explotación del hombre por el hombre, en esta época, va más allá del estereotipo de empleada doméstica = serrana explotada/marginada. Con el éxodo de venezolanos muy pronto verá empleadas domésticas bien guapachosas a las que tildarán de otra cosa por supuesto.
Otrosí digo: no es pecado, si uno tiene los recursos para hacerlo, contratar a alguien para que me limpie la casa, me cocine, me maneje el carro o me vaya a comprar a la esquina; como del mismo modo no es denigrante realizar ese tipo de trabajos. Lo que está mal es la explotación sin importar el color del empleador o del empleado.
Saludos
Roque
Hola. Gracias por su mensaje. Sobre el uso de «lapso de tiempo», le recomiendo ver este link: http://www.academia.org.mx/espin/respuestas/item/lapso-de-tiempo Sobre el uso de «haiga», le recomiendo una rápida consulta lingüística para que verifique el contenido detrás de esa conjugación; también hay un contenido interesante detrás de la sanción a las personas que usan esa conjugación. Sobre el último párrafo de su mensaje, en especial el uso del pronombre «me», le recomiendo el ensayo de Virginia Zavala y Víctor Vich incluido en el libro Racismo y lenguaje (2017). Saludos y seguimos!
Sr. Aviles y sobre vivir de sembrar el odio como usted hace no dice nada? Se enfoco solo en corregir cosas sin importancia en vez de debatir el tema de fondo… porque no hay sustento. Solo publica las fotos que le convienen para su discurso de resentimiento y para que le salgan mas chambitas. Saludos.
Para ese punto, le recomiendo el libro Stamped from the beginning, the Ibram X. Kendi. Allí verá que los discursos antirracistas han sido descalificados a lo largo de la historia con una serie de conceptos intolerantes. A fines del siglo XVII, por ejemplo, se usaba el concepto «demonio» o «bruja» para descalificar a los opinaban en favor de la igualdad. Ahora, son más comunes los términos «odiador», «extremista», «radical», «terrorista» y hasta «idealista. Sobre lo último que dice, es interesante ver cómo, bajo cierta mirada maliciosa, una persona no puede decir algo si no es para perseguir un fin encubierto (una chambita, así, además, en diminutivo). Gracias por su comentario, y que la lectura le sea propicia!
A ver, la RAE dice 1. m. lapso (‖ tiempo entre dos límites), entonces «lapso de tiempo» es redundante, usualmente no me hago problemas pero viniendo de un periodista o comunicólogo social me llamó la atención. El ejemplo de haiga era más refiriéndome a Toledo que llegó a Presidente aunque su gramática y su extracción social no se ajustaran a los prototipos que según los defensores de los marginados son los únicos que tienen oportunidad en el Perú.
Racismo y lenguaje, Racismo y propaganda, racismo y música, racismo y saludo, etc., etc. El racismo es una tara que tiene demasiados matices. En el Perú el racismo dispara de todos lados, hay racismo de «blancos» a «cholos», de «blancos» a «indios», de «cholos» a «indios», de «indios» a «cholos», de «indios» a «blancos», de «blancos» a «negros» de «negros» a «blancos», de «negros» a «indios», de «negros» a «cholos», en fin la lista sigue.
Sin embargo, cuando un andino, serrano, indio o como quiera llamarle menosprecia o aplica el racismo contra un costeño, blanco. gringo o como quiera llamarle, nadie dice nada, ni escriben libros al respecto. Imagino que el haber sido explotados y menospreciados por la gente de la ciudad (blanquitos probáblemente) les da una justificación para su actitud (racista de todas maneras).
Me acuerdo hace muchos años cuando leí «Para leer al Pato Donald» de Dorfman y Mattelart, quedé impresionado al descubrir toda la super conspiración imperialista para penetrar en los pobres y débiles cerebros de la gente para dominarlos creando estereotipos sociales de manera subliminal.
Francamente querido Marco, casi terminando la segunda década del siglo XXI, creo que el problema va mucho más allá de «agudizar las contradicciones» -como en los épicos 50s, 60s y 70s-. Creo francamente que los estereotipos, aunque persistan, no son el principal problema. Creo que la tarea principal es enfocarse en la explotación y el abuso a que son sometidos diariamente muchos de nuestros compatriotas -y ahora también residentes foráneos- . Y en estos tiempos los mayores explotadores no son precisamente los «blanquitos oligarcas» de antaño.
Finalmente el empleo del «me» no tiene mayor connotación que la que expresa gramaticalmente. Porque si contrato alguien para que trabaje para mí realizando cualquier tarea porqué no puedo decir «para que me», Ejemplo contrato a un profesor de guitarra para que me enseñe a tocar guitarra, contrato a un cocinero para que me prepare comida (no lo contrato para que le prepare comida al vecino). Me es un pronombre y depende de los complejos de cada quién para sentirse afectado.
En fin creo que las épocas de la «muchacha cama adentro y sin colegio» (salvaje explotación de un ser humano por otro ser humano) ya pasaron hace mucho, y si bien es cierto que hay remanentes pseudo «aristocráticos» (Como la familia de Natalia Málaga que sigue choleando, serraneando e insultándote si se te ocurre estacionar tu carro frente a su propiedad en la playa), son una tremenda minoría. El mayor racismo en estos días viene de la misma cantera: El hijo del provinciano que hizo fortuna.
Saludos
Roque