El 9 de noviembre de 2013 participé en la versión local de las famosas conferencias TED,  TEDxTukuy. Allí expliqué en 18 minutos cómo hacer un periódico sin contenido y hacer de esto un negocio rentable, entre otras curiosidades. Acá el video y, enseguida, la relatoría de la charla.

La leyenda de El Halcón Chismoso

Sebastián Millasaky era un niño de nueve años adicto a los dulces. Cuando salía de casa con sus padres, ya fuera para comprar ropa o útiles, siempre lograba que el paseo terminara en una dulcería.

            A veces sus padres le decían que no, y entonces Sebastián deseaba ser grande y tener dinero. Para vengarse.

            Una tarde, él  y su madre fueron a comprar unas zapatillas a un centro comercial. Ya de salida, Sebastián se detuvo ante una heladería. Su mamá, al verlo, esperaba escuchar el clásico: «Ma, sólo un heladito». Y tenía preparado el obligatorio: «Sebastián, hazme el favor, no molestes».

            En lugar de eso, Sebastián, de solo nueve años, y sin ingresos legales aparentes, le dijo que esa vez él invitaría.

–Ma, pide lo que quieras.

            Para estudiarlo, ella pidió la copa más grande de la carta. Sebastián, muy tranquilo, ordenó lo mismo. Al terminar, la madre, alarmada, observó cómo su pequeño hijo abría con tierna arrogancia una billetera, pagaba el consumo y, además, dejaba una enorme propina.

            Esa noche, como todos deben suponer, el pobre Sebastián fue sometido al peor interrogatorio de su vida. ¿Desde cuándo tenía dinero? ¿Dónde lo había conseguido? ¿A cuánto ascendía su fortuna?

            Sebastián, ante la presión de sus padres, confesó que todo lo que tenía provenía de El Halcón Chismoso.

            «¿El Halcón Chismoso?», repitió la madre horrorizada imaginando la peor de las pandillas, una secta sanguinaria, una de esas barras bravas que atraen niños a sus filas.

            Pero El Halcón Chismoso era esto:

           

            Un inocente periódico escolar. Fotocopiado e impreso en papel A4. Lo editaban Sebastián y dos de sus amigos de cuarto grado. Y era evidente que se trataba de un gran negocio.

            Sus historias eran notas sobre

            «El grafiti peruano»

            «Metallica en Lima»

            Pero también reportajes clásicos como

            «¿Por qué se va a misa los domingos»

            El tema era importante pues los niños se preparaban para hacer la primera comunión y se preguntaban si padecerían la semanal obligación de ir a a la iglesia por el resto de sus días.

            La sección más popular del periódico, sin embargo, era una página de crónicas breves que ocupaba las páginas centrales, donde los editores contaban lo que ocurría en clase:

 «Nuestro amigo SG es tan agrandado que, dicen las malas lenguas, tiene novia. Pero no queda ahí. Ella es de 6to grado.»

«Lo más anecdótico de la semana fue el acto de sinceridad protagonizado por AG. En el examen de matemática escribió en la prueba que no sabía nada.»

«En la misma clase, nuestro amigo OM se pasó de sapo, ya que dijo que nuestra amiguita NM tenía barba. Claro que lo dijo como una palomillada ya que hasta el momento no se ha podido confirmar que así fuera. Sin embargo, la profe lo sacó del salón para que reflexionara. Esto funcionó ya que OM ofreció disculpas. Ella aceptó con una sonrisa.»

            El Halcón Chismoso era un éxito.

            Vendía 30 ejemplares en los dos salones de 4to grado, y tenía planes de expansión.

            Las comparaciones resultan odiosas, pero es importante saber qué ocurría entonces en el mundo de los adultos. Era el año 2009, y los Estados Unidos afrontaban la llamada «crisis de los periódicos». Cerraban diarios en todo el país. Filadelfia, la ciudad de Rocky Balboa, alguna vez tuvo 12 diarios, pero ahora sólo tenía dos.

            The New York Times, para resistir la crisis, despidió a más de 100 periodistas en un solo día.

            Lejos de ese escenario triste, en el mundo de los niños, los editores de El Halcón Chismoso vivían una bonanza. Mientras el New York Timas echaba gente, ellos iban a contratar más personal.

            Para cuando salió la cuarta edición, la niña Ximena Castillo figuraba como contadora general. Su misión principal consistía en vender el periódico de manera anticipada y cobrar 50 centavos por ejemplar. El tirajo aumentó gracias a una idea genial. A Ximena se le ocurrió ofrecer el periódico a los papás. Sabía que los padres son amantes fieles de las gracias de sus hijos. Y estos también comenzaron a suscribirse. 

            Toda gran historia se merece un gran villano. Así fue que un día una edición de El Halcón Chismoso cayó en manos de un profesor con cierta autoridad.

            El profesor llamó a los padres de los miniperiodistas y les recordó que los niños no pueden hacer negocios en el colegio. Nunca más podrían imprimir el periódico. Todo colegio es una dictadura y, como buena dictadura, limita la libertad de expresión. Aquel debía ser el fin de El Halcón Chismoso.

            Y lo hubiera sido, si esta historia ocurría veinte años antes. Pero corría el año 2009, los niños tenían mucha imaginación, pero sobre todo correo electrónico.

            El profesor les había prohibido imprimir el periódico pero no había mencionado nada sobre internet. Así que, desde la clandestinidad, los editores de El Halcón Chismoso lanzaron una edición online en pdf que llegó a las bandejas de entrada de los niños que, en una venta anticipada gracias a las habilidades de Ximena, habían pagado por leer.

            El Halcón Chismoso, ante la censura, trasladó a su comunidad de lectores a internet, sin mayor pena ni remordimiento, como jugando.  

            Y así siguió volando durante algunas ediciones más, hasta que la pubertad alcanzó a sus editores y trajo consigo otros intereses: las chicas, las fiestas.

            Me pregunto, les pregunto: ¿Acaso no nos dijeron que con nuestra generación se terminaba la cultura? ¿Acaso no nos dijeron que los niños son entes colgados del PlayStation? ¿Acaso no nos dijeron que la gente ya no lee?

La importancia de publicar un periódico son contenido 

            El 26 de octubre de 2011, un grupo de periodistas montó en Facebook una página llamada «Un día sin noticias».

            Que los periodistas promuevan un día sin noticias suena tan descabellado como que los cocineros alienten un día sin restaurantes, o los músicos, un día sin canciones.

            Sin embargo, 2414 personas le dieron LIKE a aquella página y advirtieron que el domingo 30 de octubre se pondrían a dieta de información. No verían noticieros. No escucharían la radio. No comprarían diarios.

            La convocatoria se parecía mucho a los boicots que promueven los grupos conservacionistas contra las fábricas de zapatillas que explotan niños en Asia o contra la industria de cigarrillos porque estos producen cáncer.

            ¿Son las noticias dañinas para la salud?

            Según aquella página, lo eran, aunque se referían a un tipo específico.

            Era octubre de 2011, y habían pasado 205 días desde la desaparición del estudiante Ciro Castillo en el cañón del Colca. Y día tras día, durante siete meses, semana tras semana, los diarios se las ingeniaron para contar de diferentes maneras la misma historia: el cadáver no aparecía.

            Una mañana, sin quererlo, caí en las redes de un canal de señal abierta. Una conductora de televisión en traje de noche entrevistaba en vivo a un vidente. El tipo tenía el cabello engominado, camisa azul, corbata fucsia y sostenía una fotografía del estudiante perdido. Entonces se produjo el siguiente diálogo:

–¿Maestro –preguntó la periodista–, ¿en cuánto tiempo podremos tener noticias de Ciro.

–Se ve blanco –contesto el maestro, y cuando veo blanco no me da buena espina. Si ustedes no lo encuentran en los próximos diez días, infelizmente no lo encontrarán vivo.

            La periodista lo miró consternada, empezó a temblar y, acto seguido, cambió de cámara para dar paso a la tanda de comerciales.

            Ante cosas como esta, parecía normal que la gente luchara por crear un día sin noticias.

            Por esa época, un amigo y yo decidimos poner nuestro granito de arena en ese mar de descontento, y anunciamos el lanzamiento inminente de un nuevo periódico en blanco.

            «Una mañana saldremos de casa, pasaremos enfrente de un puesto de diarios y allí ‒en medio de padres que violan a sus hijas, congresistas que regentan prostíbulos y ovnis que vacacionan en la Tierra‒ nos sonreirá un periódico con las páginas en blanco. La mejor noticia será que no traerá noticias. Y gracias a las estrategias de márketing adecuadas, los lectores lo comprarán para no informarse.

            La propuesta tenía lógica. Hay diarios que valen menos cuando se imprimen. Si vinieran en blanco, podríamos usarlos para escribir en ellos.

            Para entonces, en las redes, la gente empezó a preguntarse otras cosas:

            ¿De verdad íbamos a hacer un periódico sin contenido?

            Fotógrafos, diseñadores y dibujantes nos enviaron sus ideas. Y hasta corresponsales potenciales nos escribieron desde Colombia, Chile y Argentina adjuntando sus curriculums. Recuerdo un mensaje en particular:

Juan Yangali: Hola. Soy corrector de textos. Es importante cuidar, más que el correcto uso idiomático, la buena presentación de los escritos invisibles.

            Acto seguido se disculpaba porque su correo no venía en blanco.

            Y así, jugando con la gente, entendimos dos cosas:

            1) Que había un público grande y disconforme con la oferta de los medios tradicionales.

            2) Que ese público tenían ganas de leer lo que nadie estaba publicando.

           

Nuevos espacios para las grandes historias

            Soy reportero y desde el año 2000 escribo sobre personas que viven en lugares lejanos del Perú.

            Trabajo con el fotógrafo Daniel Silva, que además de amigo, es mi socio en Cometa.

            Hasta inicios de 2012, Daniel y yo publicábamos nuestras historias en medios del extranjero, casi siempre.

            Y digo hasta inicios del 2012 porque entonces algo mágico ocurrió. Daniel y yo habíamos vuelto de una expedición al Lote 88, un lugar remoto de la selva amazónica, donde se extrae el llamado gas de Camisea. Traíamos la noticia de que, en ese lugar donde yace una de las más grandes fuentes de energía del mundo, hay poblaciones aisladas de nuestra civilización. Personas que no tienen apellidos, que jamás han visto diarios ni fotografías sobre lo que ocurre fuera de su mundo. Y que tampoco saben el nombre del presidente del Perú. A su manera, son bastante afortunados.

            El viaje nos tomó cerca de un mes, y tuvimos que atravesar ríos caudalosos, y después de varios días en canoa, encontramos esto:

Cerca de allí conocimos a este personaje.

Que nos presentó a sus parientes.

Y nos mostró cómo vivían.

En pleno siglo XXI, cuando somos capaces de enviar un cohete a Marte, ellos siguen haciendo fuego con palitos. Y lo hacen sobre la mayor fuente de gas de esta parte del mundo.

            Parecía una gran historia y queríamos publicarla en el Perú. Sin embargo, de regreso a Lima, nos topamos con una muralla chicha.

            Ofrecimos la historia a diferentes medios, y en todos nos dijeron lo que ya sabíamos:

            Que no tienen presupuesto para comprar reportajes

            Y no los compran porque la gente no lee. Y por eso privilegian las noticias cortas y de coyuntura. Lo que hace o no hace el presidente, el crecimiento económico, el boom de la cocina y, por supuesto, Ciro Castillo.

            Fue entonces que hicimos el experimento del periódico en blanco. Y descubrimos que esos editores estaban equivocados.

            Que mientras ellos decían Ciro, el público decía contra.

            Que mientras ellos advertían la llegada de un mundo sin lectores, los niños de un colegio emprendían aventuras como El Halcón Chismoso.

            Así que en lugar de echarnos a llorar o a renegar contra los medios tradicionales, decidimos publicar la historia por nuestra cuenta. Juntamos nuestros ahorros, pedimos un préstamo y así nació Cometa.

            Nosotros haríamos lo que ya no quieren hacer los viejos medios:

            1) publicar grandes historias

            2) asumir riesgos en contra de toda lógica racional, solo por amor y por locura.

            La primera edición de Cometa contiene, en 80 páginas extra grandes, un solo reportaje. La historia de un hombre que, a los 40 años, anda en busca de una mujer. Tiene 33 fotografías y es tan grande que hubo que retirar 4 tabloides para exhibirlo en un kiosko.

            Era mejor que el periódico en blanco.

            Pero la aventura de publicar no termina aquí sino cuando tu producto llega adonde están los lectores.

            Una mañana, el camión de la imprenta dejó en la oficina cajas llenas de revistas. Lo natural hubiera sido colocarlas en librerías y esperar sentados a que la gente fuera a comprarlas.

            Pero si hubiéramos hecho eso, yo no estaría aquí sino en algún bar lamentando el fracaso o predicando que la gente no lee.

            ¿Por qué razón? Porque, en una ciudad ganada por el tráfico y la prisa, la gente va cada vez menos a librerías. No es el apocalipsis de la cultura. Es estadística y demografía.

            Ante este escenario, a Daniel se le ocurrió que la mejor manera de vender Cometa sería vía delivery, igual que la comida.

            Pusimos un correo, un teléfono, e hicimos una campaña por redes sociales. También aprovechamos las entrevistas de radio, tele y diarios, donde nos entrevistaban por la historia de los pueblos aislados de Camisea.

            Los pedidos llegaron de inmediato desde lugares donde no existen librerías. Desde Comas hasta Villa El Salvador. Desde Bagua hasta Puno. Pero también desde oficinas del centro empresarial de San Isidro. Allí sí hay librerías pero el problema era otro. Los ejecutivos nos explicaban por teléfono que, agobiados por el trabajo y el tráfico, casi no tenían tiempo ni ganas de emprender un safari a librerías.

            Y nos agradecían por hacerles el favor de llevarles la revista hasta donde ellos estaban.

            Gracias a ese pequeño descubrimiento, ahora les puedo contar con felicidad que nosotros vendimos todo.

Cometa

Un año después de esta aventura, los amigos nos preguntaban por la segunda edición de Cometa. ¿Se nos había acabado la gasolina? ¿Nos habíamos ido al Caribe con las ganancias?

            Lamentablemente, no estábamos en el Caribe sino en Lima.

            Y estábamos disfrutando a plenitud otro de nuestros principios.

            En Cometa no tenemos prisa. La revista sale y saldrá cuando tiene que salir. Y cuando eso ocurra, lo que sea que salga, debe ser genial.

            La siguiente edición salió 14 meses después que la primera. La llamamos el Primer Periódico Hecho en Cómics de la Galaxia.

            En sus 140 páginas fusionamos el periodismo con la historieta, los reportajes con los dibujitos, el arte con la información.

            Participaron 33 autores de todo el mundo. A todos les pagamos precios de mercado. Pagarles es la mejor manera de respetar a los colaboradores.

            Pero pesar de la novedad de la propuesta, a muchos les causó curiosidad un dato de la portada. Allí decía edición # 3. Tuvimos que explicarles a nuestros lectores que Cometa sólo será una revista de números impares.

            La próxima aventura será mucho más ambiciosa. Es probable que sea una revista en vivo, donde periodistas y personas de carne y hueso contarán sus historias al público presente, en un teatro como este. No será la edición 5. Como somos caprichosos, le pondremos el número que nos dé la gana.

            En Cometa creemos que las crisis no encierran una fatalidad. Pues nos dan la oportunidad de crear      cosas nuevas.

           Los invito a seguir de cerca la aventura de Cometa.

            Estamos creando nuevos espacios para las grandes historias.

Muchas gracias.