El Museo de Arte Contemporáneo de Lima acogió dos charlas sobre feminismo una tarde de mediados de abril. Las panelistas compartieron testimonios y reflexiones y explicaron esa frase que a algunas personas les resulta tan complicada como la fórmula química del adamantio: #YoTeCreo. ¿Qué quiere decir? ¿Que los chicos ya no podremos salir solos a la calle? ¿Que ya no podremos bailar pegadito sin pagarlo con la cárcel?
Seguí la charla desde mi exilio, en Maine, gracias al streaming de lamula.pe. En un momento, la cámara hizo un paneo y mostró los rostros de los asistentes. ¿Había solo un varón entre el público? El Perú es el país donde una mujer golpeada brutalmente por su pareja puede terminar siendo denunciada por esa misma bestia. Allí donde los hombres maltratamos y avasallamos a las mujeres de manera consciente e inconsciente, parece lógico que casi no haya hombres en una charla sobre feminismo. Hay una conexión entre la manera en que los chicos nos resistimos a hablar y aprender de este tema y lo que vemos en las secciones policiales de los noticieros. El machismo es la ignorancia institucionalizada de lo que es y le importa a la mujer. El chico que decide no saber más hace lo que siempre hemos hecho los chicos. Lo que siempre hemos hecho los novios y esposos: dejar que ellas se hagan cargo solitas.
La vocecita interior de nuestro privilegio de macho nos dice: Ese problema es de las mujeres. Es su lucha. Es su rollo. Su locura. Su entretenimiento. Su vacilón.
¿Lo es?
Le pregunté a Jimena Ledgard, que moderaba la primera mesa, cuántos chicos había en el público. Ella tuvo la cortesía de mirar lo que yo no veía. Había al menos 5 jóvenes varones de unos veinte años. «Qué bonito que sean jóvenes», le dije. Y me quedé pensando. ¿Y mis amigos? ¿Y los chicos de mi generación? ¿Y los de la generación anterior? ¿Dónde M estamos los hombres cuando se habla de feminismo? ¿Dónde estamos cuando se habla de machismo, de patriarcado, de lo injusto que es el mundo para las personas que más queremos?
Esa mañana, la escritora Gabriela Wiener había compartido los comentarios que le suelen enviar algunos chicos que ven su videocolumna. Los chicos están en desacuerdo con lo que dice Gabi. Pero sus comentarios no se centran en lo que ella dice sino en lo que ella «es», en su físico, en su cuerpo. Los comentarios son de una violencia incomprensible, como si los chicos disfrutaran escupiendo insultos a una mujer de manera pública y sin miedo a nada. Son puñetes al estómago que rebelan entrenamiento. La violencia experta de esos machos peruanos que no las respetan. En la charla, esos mismos tontitos brotaban diciendo cosas como estas:
En las conversaciones sobre Racismo, se suele decir que no hay manera de ser un antirracista pasivo. Si eres antirracista, tienes que hacer algo, tienes que decir algo. Quizá lo mismo aplica para el machismo. No hay manera de ser un antimachista pasivo. O, para ponerlo en positivo, no hay manera de ser un feminista inactivo. Si no haces nada, si no dices nada, eres parte del problema. ¿Por qué? Porque como varón, sin quererlo o queriéndolo, uno ya se beneficia de este sistema que coloca a la mujer uno o varios peldaños abajo.
Que no haya más hombres en una charla de feminismo es un síntoma más de lo mal que están las cosas. Que no haya más chicos escribiendo sobre feminismo es también un dato. Que no haya más chicos respondiéndoles a los viejos que no entienden el feminismo pero lo combaten, ese también es otro dato. En estos momentos es importante que los chicos nos hagamos cargo de nuestra incomodidad y participemos en la conversación de manera solidaria y comprometida. Que nos acerquemos. Que aprendamos a ser aliados. [13-4-2018]