Pedro Castillo podría vencer a la derecha peruana pero no a su racismo

El sábado 12 de junio, cuando el conteo de votos mostraba que las regiones del sur andino como Ayacucho habían apoyado abrumadoramente al candidato a la presidencia del Perú, Pedro Castillo, circuló una conversación de WhatsApp entre jóvenes frustrados con los resultados: “Ayacucho merece ser destruido”, decía uno de los participantes. “En esos lugares voy a tirar mi basura en el piso, escupir en la calle, violar a sus mujeres”. El mismo tipo de terror que sufrían las mujeres de esa región a manos de grupos terroristas y militares, en las décadas de 1980 y 1990, es en 2021 una forma de castigo imaginado por quienes apoyan al nuevo fujimorismo.
En el Perú, normalizamos el racismo antindígena al mismo tiempo que evadimos toda posibilidad de aceptarlo como lo que es: nuestra institución más fuerte y duradera, aquella que toca y estructura todas las dimensiones de la vida social, incluida la política.
La campaña electoral reciente produjo señales de alerta sobre esta descomposición. Cuando Castillo ingresó a una clínica de Lima por problemas respiratorios, a fines de abril, el exministro Carlos Bruce Montes de Oca, quien ahora trabaja con la candidata de ultraderecha Keiko Fujimori, le deseó pronta mejoría y aprovechó la ocasión para recordarle que, como hombre de los Andes, había cruzado una frontera invisible pero fundamental: “Parece que el abundante oxígeno de la costa le afectó por estar acostumbrado al poco oxígeno de la sierra”, dijo Bruce. Poco después eliminó el tuit sin explicaciones ni disculpas.Advertisement
Políticos como el expresidente estadounidense Donald Trump y el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, expertos en comentarios infelices, demuestran que la retórica polarizante, lejos de ser solo un rasgo de excentricidad, es una herramienta política y un indicador claro de sus formas racistas de entender la sociedad y administrar un país. ¿Qué políticas para las poblaciones originarias y afrodescendientes de Argentina tiene un presidente como Alberto Fernández que suscribe sonriendo en público la idea de que todos los argentinos son blancos?
En el Perú, la “broma” que el exministro Bruce le hizo al candidato Castillo ponía en circulación dos ideas: 1) que las personas indígenas de los Andes no piensan bien porque el oxígeno no les llega al cerebro, y 2) que no deben moverse de su lugar (el campo), y mucho menos ir a la capital para hacer política, viejas ideas republicanas. Juan de Arona, seudónimo del autor de un Diccionario de Peruanismos de fines del siglo XIX y cuyo nombre ahora da vida a una calle en el corazón empresarial de Lima, definía al cholo como “una de las muchas castas que infestan el Perú”. Si el indio suspiraba por quedarse con sus llamas, el cholo (“cruzamiento entre el blanco y el indio”) suspiraba por el poder, casi como un ladrón foráneo que desea lo que no le corresponde desear. Así que el exabrupto racista de Bruce no solo era una señal de peligro ante el “indio” que se sale de su sitio, sino el presagio de la crisis en la que el partido Fuerza Popular, de Fujimori, ha puesto al Perú, a un pelo de un nuevo conflicto civil.
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